Recuerdo con nostalgia cuando, hace miles de años, mi padre apareció con un extraño coche. 10.000 pesetas de las de entonces eran un pastón. Pero fueron suficientes: Ya teníamos coche, un extraño coche.
Mi padre solamente sacaba aquel extraño coche los domingos. Me llevaba de excursión a sitios ignotos que me parecían lejanisimos; ahora son ciudades dormitorio. Si, eramos domingueros... pero a mucha honra.
El arrancar el coche cada siete días se convertía en una tarea improba. Amodorrado durante 6 días, al septimo le costaba despertar. Mi padre hizo un agujero en la tapa del carburador y echaba por el, con la ayuda de un frasco de colonia (sin colonia) un poco de gasolina. El truco casi siempre resultaba. Si no lo hacía, aquel extraño coche tenía manivela; cine cómico en plena calle. Si esto tampoco funcionaba, siempre había algún incauto vecino dispuesto a empujar.
Fuí creciendo en compañía de aquel extraño coche. Aprendí a conducir en el. Me saque el carnet, y mi padre me lo regaló. Parecía una criatura indestructible, pero cuando pasó a mi poder tenía achaques propios de la edad. Aun así me acompañó a la facultad en una época el cual solamente los hijos de papás adinerados y algunos profesores, se presentaban motorizados. Aquel extraño coche ya no podía competir con modelos más modernos, pero se mantenía en pie con dignidad. Por aquel entonces ya eramos amigos y sabía disfrutar de sus ventajas. Era descapotable simplemente enrrollando una finisima capota; un día de tormenta con granizo quedó perforada a conciencia. Parte de mis ahorros se fueron en comprar una nueva, que por cierto me rajaron unos cacos que quisieron, ingenuos, robar aquel extraño coche que solo obedecía fielmente a su dueño. En esa ocasión arreglé la capota con profusión de cinta aislante.
Cuando hacía calor la refrigeración consistia en la apertura de una rejilla frontal por donde se colaba el gratificante aire. Si hacia frio, el calor del motor se colaba por unos conductos hacia la cabina; puro comfort.
En noches de juerga gente conocida y algunos que no conocía de nada se subían a aquel extraño coche. Hasta 15 personas de pie, con las cabezas saliendo por el techo descapotable he y ha tenido que transportar; sin quejas, sin lamentos, cumpliendo con la obligación de obedecer a su dueño.
Conoció a muchas mujeres guapas aquel extraño coche, pero la discreción siempre fue norma de conducta en el.
Un triste día dejó de funcionar. Todo pasó muy rapido. Una grua se lo llevó al desguaze... En un último vistazo advertí una señal de despedida de aquel extraño coche que me decía: "He vivido intensamente. Gracias".
A mi los coches no me atraen; ni siquiera se conducir, pero entiendo la pasión que muestras por ese antiguo vehículo. Mi tío tuvo uno y si en mi memoria puedo conjugar el afecto con un modelo de automóvil sin duda alguna me aparece la imagen de ese citroen. Su diseño inmejorable y su mecánica primitiva hace que tengamos que ponerle mucho cariño en su conducción. Es un vehículo afectivo, práctico y su conducción hacía que al volante uno se sintiera un tipo especial (incluso como acompañante). Es por eso que como tu, casi todos los propietarios de ese viejo cacharro lo sigan teniendo aparcado en su corazón. Viva la mecánica!
ReplyDeleteun saludo y gracias por mostrarte un poquito.